Escuchar
atentamente a alguien es uno de los mejores modos que conozco de
reconocer al otro y establecer un lazo profundo y duradero. Cuando
escuchas a alguien —no solo con tu mente, sino con cada fibra de tu
cuerpo— le estás enviando el siguiente mensaje:
«Valoro lo que tienes que decirme. Soy lo bastante humilde para escuchar tus palabras».
Pocos de nosotros somos realmente buenos a la hora de escuchar. A
menudo, cuando me siento junto a alguien en un avión, antes de que
comience un vuelo de seis horas, me encuentro con que esa persona sigue
hablando cuando aterrizamos sin que me haya preguntado ni una sola vez
cómo me llamo, de dónde soy, a qué me dedico o qué libros me gusta leer.
Tal circunstancia me dice no sólo que esa persona carece de lo que se
llama
«agudeza sensorial» —la capacidad de prestar atención a los
indicios que los rodean—, sino que probablemente no le escucharon mucho
de niño. La idea de escuchar que tiene la mayoría de la gente
consiste en esperar a que el otro haya acabado de hablar antes de
responder. Y la triste realidad es que, mientras la otra persona habla,
casi todos nosotros nos dedicamos a pensar nuestras respuestas.
Tu efectividad como hombre de negocios, como miembro de una familia o
como ser humano se elevara a alturas insospechadas si consigues acertar
en esto.
Escucha el doble
de lo que hables. Conviértete en un oyente de primera. Muestra un
apasionado interés por lo que los demás tienen que decir. Y entonces observa la respuesta de la gente. Te querrán. Y a toda velocidad.
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